miércoles, 24 de agosto de 2011

LA MUERTE PUTA


La muerte, disfrazada de puta, se mete en nuestra cama, nos folla con locura; se monta encima nuestro hasta darnos ese orgasmo definitivo; su precio es nuestra vida y su consuelo es el placer de un trabajo terminado. Nos mira sonriendo, mientras fuma un cigarrillo, a la espera de un nuevo cliente…

martes, 8 de marzo de 2011

SINDROME DEL BURGUES SOCIAL


Eran alrededor de las cuatro de la tarde, un día estable, con una temperatura moderada, poco viento, poca humedad; en fin, otro día porteño poco común. La primavera recién está comenzando, el frío de invierno va dejando sus últimas estelas y el sol primaveral comienza a abrazar las calles de Buenos Aires. Tenía que ir a una aseguradora en Tribunales a retirar una póliza que me había encargado un cliente, luego al bello y detestable Once a entregar unas facturas a otro cliente, mi último encargo y parada era a media cuadra del Abasto y consistía en retirar una documentación de otro cliente.

Salgo de la oficina, caminando por Diagonal Sur, frente a la legislatura de la ciudad y para el lado de Plaza de Mayo, llego hasta la esquina , para variar cruzo sin importar el estado del semáforo, si no viene un auto, mejor, si viene, lo esquivo; me dirijo a la escaleras que dan al subte, en la esquina de Bolívar e Hipólito Irigoyen, estas dan a estación Bolívar, de la línea E, a la vez, por un túnel, se comunica con las estaciones Perú de la línea A y Catedral de la línea D; bajo por las escaleras, a los pocos pasos comienzo a sentir el ligero vaho de la gente amontonada, sus perfumes atiborrados y sudores estancados, bocas apestadas con sus alientos llenos de almuerzos podridos, residuos de nicotina o chicles sin sabor, a todo eso se le suma la pesadez lograda por la baja presión y la no corriente de aire de los pasillos subterráneos; camino, paso la tarjeta por el molinete, cruzo el mismo, sigo por el túnel para ir a estación Catedral, los olores y la pesadez ya se perciben en estado puro, camino tranquilo por el túnel, a paso ligero, esquivando a la gente, con los auriculares recostados en los oídos, escuchando EverEve, sin importar quién va o quien viene a mi alrededor; sigo por el túnel anterior al último pasillo, antes del andén de estación Catedral; paso ante el señor que vende las guías T o filcar de la ciudad de Buenos Aires y provincia, le presto atención unos segundos, avejentado y cansado, sigue firme, delante de miles de personas que lo cruzan día a día, tratando de vender un maldito mapa, el no pierde su postura, no le quita gracia a la situación, es un tigre anciano, unos metros más adelante esta el cantante de música romántica latina, que intenta parecerse a Ricardo Arjona o a alguno de los tantos músicos melosos latinos que fueron apareciendo en las últimas dos décadas, con esos pseudo boleros y canciones de amor para minitas que se masturban soñando con príncipes azules que no soportan a mujeres arrastradas como ellas; lo veo cantar, haciendo gestos de enamorado, tirando notas largas por su boca y golpeando a esa pobre guitarra, no lo tolero, se torna insoportable, por suerte mis auriculares no me dejan escuchar su asquerosa música; sigo camino, atravieso el ultimo túnel, subo las escaleras y llego al andén de estación Catedral.

Observo ligeramente el panorama, para mi suerte no hay mucha gente, en si, hay gente, pero no la cantidad que suele haber en lo normal y mucho menos en una hora pico; hago unos pasos a mi derecha, relojeo el banco con 4 asientos que está entre las escaleras por las que aborde al anden y por los molinetes de la entrada de Reconquista y Diagonal Norte, están todos ocupados, me quedo parado a unos pasos de ellos y espero a que llegue el tren; de a poco de va amontonando gente, el coche demora unos minutos en llegar, la gente sigue apareciendo, en eso aparece el tren; me alejo de la línea gruesa amarilla que esta pintada como seguridad para que la gente no se agolpe cerca del borde y sufra algún accidente, por supuesto que nadie la respeta. El tren estaciona, la gente se agolpa cerca de las puertas para poder sentarse en los asientos, a mi no me interesa sentarme, solo me interesa subir al tren y no chocarme con la gente, dejo que la gente suba y abordo ultimo el vagón; me pongo contra la puerta de enfrente, ya que en estación Tribunales, la puerta abre de ese lado y no del que abordamos todos, por lo tanto puedo bajar sin pedir permiso y sin que la gente me empuje; me acomodo sobre la puerta, no dejo los auriculares, ni la música e intento no llevarle el apunte al resto de la gente que esta a mi alrededor, sin embargo, en el asiento a mi derecha, se sienta un señor muy acalorado y acelerado, lleva camisa rosa de marca Polo, con el logo del jockey blanco limpio, unos jeans azul claro, de los buenos, un cinturón de cuero de vaca de verdad, unos zapatos tipo borceguíes, de casi unos cincuenta años, pelo gris casi blanco, tés blanca, algo bronceada y una barrigota que hacía sentir miedo a los botones del medio de la camisa, todo un burgueson que se quiere hacer el canchero, lo veo, permanece sentado, con un rostro un tanto amargado y quejumbroso; en eso sube al coche una chica con una nena en brazos, ella es joven, lleva una musculosa rosa, con unas ligeras manchas, una pollera color mate y unas zapatillas blancas, de pelo castaño escuro, con piel un tanto morena, no debería de tener mas de veinticinco años, su rostros se veía cansado y abatido, la nena en sus brazos tenia síndrome de Down, viste remera blanca y jeans de niño, lleva unos anteojos simpáticos y dos trenzas en su cabello castaño claro, de casi unos dos años, con unos pocos dientecitos de leche, juguetea y le sonríe a la chica que la lleva en brazos; aparenta su madre, pero no les encuentro el parecido; ella la mira y le da una sonrisa desanimada, su rostro realmente se ve cansado, pero hace lo posible para no devolverle su desgano a la nea.

Me quedo parado un instante, observo a la gente, veo a la chica con la nena en brazos, sigo mirando la situación y me doy cuenta de nadie hace nada, que nadie desprende un mísero gesto de solidaridad, no los culpo, yo muchas veces no lo tengo, pero en este caso se me hace necesario; me quito los auriculares, veo a mi derecha y de una manera muy suave, le toco el hombro al burgués barrigón con camisa rosa, el tipo me mira bruscamente, me inclino un poco y le digo – Disculpe. ¿Podría darle el asiento a la chica con la nena en brazos? – El burgueson me mira exaltado y con cara extraña, le hago una seña mostrándole a la chica con la nena en brazos, gira su cabeza y las ve, respira de manera fuerte y se pone de pie, me doy vuelta y le digo a la chica con rostro agotado – Veni, sentate que el señor te dio al asiento – La chica me mira, me da una ligera sonrisa y un minúsculo “Gracias”, va y se sienta, acomodándose y sintiéndose relajada, la mira a la nena y le sonríe, la pequeña nunca había dejado de sonreír, pero lo hace con más entusiasmo al ver que la sonrisa de la joven es tranquila y espontanea; las veo sonriendo y me siento tranquilo, me tranquiliza, no sé por qué, no hice nada del otro mundo, pero quizás sea el brillo de sus sonrisas y la ligera sensación de bienestar que desprende la muchacha con rostro no tan agotado.

Me poyo nuevamente sobre las puertas, el tren todavía no avanza, observo hacia delante de mí y noto que el burgueson me observa fijamente, las facciones de su cara son extrañas, tiene una mueca extraña, es todo colorado, gotas de sudor nacen de su frente y caen por los costados de sus patillas pobres; veo mover sus labios, instantáneamente me quito los auriculares y oigo lo que me dice – Es molesto, uno se toma el subte en la estación principal, para viajar sentado y tranquilo; voy hasta Congreso de Tucumán (estación terminal de la Línea D) ahora tengo que ir parado hasta que termine – Todo eso lo dice con una voz quejosa y molesto con la situación sucedida; lo veo bien, intento interpretar lo que me dice, no le veo relación, o sea, no veo coherencia su explicación tan insulsa, vaga, egoísta y desinteresada, en un instante se me ocurren un centenar de insultos y porquerías para decirle, pero me contengo, tomo un poco de aire y le digo – La vida por momentos es injusta, solo tenemos que ajustarla un poco – Le regalo una sonrisa mientras calzo los auriculares en mis orejas, el tipo me mira sin entender lo que le dije, suspira ligeramente, intenta decirme algo, pero es inútil, la música ya estaba sonando en mis oídos, lo veo a los ojos y le demuestro que no me interesa lo que tiene para decirme, su cara esta rojiza y las gotas de su frente son mas y mas gruesas, balbucea una última cosa y mira para otro lado; el tren arrancó. Giro la cabeza y la veo a la nena, me mira fijamente y asombrada, parecía que llevaba un rato haciéndolo, en eso su boca dibuja una sonrisa; es plena y tiene mucha vida, tanta vida que me asusta, me siento tan inferior a ella, tan insulso y desprotegido; pienso en el burgueson y su estupidez egoísta, pienso en el resto de la gente que miran desinteresados, como si ya nada importase; estamos tan encerrados en nosotros mismo que ya no vemos las sonrisas ajenas, ya no sabemos sonreír desde el corazón como lo hace ella, siento que los del síndrome somos nosotros, que no sabemos apreciar las gracias y beneficios que tuvimos en nuestras vidas; quedo inmutado viendo su sonrisa, sigo sintiendo imbécil e idiota y ella me resulta hermosa; recupero la postura y le devuelvo la sonrisa, ella hace un parpadeo ligero y se esconde como vergonzosa entre los brazos de la muchacha, que ya recuperó algo de vida en su cara y quien esbozando una sonrisa plena, abraza a la pequeña; quizás sean madre e hija, pero sigo sin encontrarles el parecido; solo me remito a verlas unos segundos más y luego me desprendo de ellas, para seguir mi viaje.

Son dos estaciones de desde Catedral hasta Tribunales; estamos saliendo de estación 9 de Julio y en la próxima es donde debo bajarme. Por suerte no hay mucha gente, asi que se viaja tranquilo sin estar apretado, ni a los empujones; apunto mi mirada hacia el techo y cierro los ojos, subo la música hasta el tope y me compenetro escuchando “Autumn Leaves” de EverEve; pienso en la secuencia sucedida en los últimos minutos y me da una sensación de bienestar y amargura; bienestar por no ser como el burgués barrigón y amargura por tener miedo de sonreírle a los desconocidos como lo hacia esa niña. Aps, estación Tribunales, hora de bajar, hora de seguir, hora de sonreírle al mundo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

CARAMELO, ORINA Y GRASA

“Die Anarchize Befreiung Der Aungenzeugenreligion” de Bethlehem sonaba en mis auriculares, habían pasado unos largos minutos del mediodía, el sol golpeaba en mi espalda dándome una ligera sensación de calor que era contrarrestada por el viento, proveniente del rio; venia de regreso de una marítima que queda cruzando el rio hacia la oficina en que trabajo, que se encuentra sobre Diagonal Sur; iba por la calle Peron y estaba cruzando la Avenida Alem, es molesto cruzarla en esa zona, ya que el semáforo de peatones solo te da 45 segundos de tiempo, los autos que quieren doblar para el lado de lado de Avenida Córdoba no respetan a nadie y no dejan cruzar a los peatones fácilmente, por lo tanto tienes que cruzarla corriendo si llevas prisa o en dos tandas si vas tranquilo; en mi caso venia demasiado tranquilo disfrutando de los alaridos de Landfermann en mis oídos, así que la cruce en dos tandas; cuando estaba terminando de cruzarla, un ligero aroma a caramelo aguado y vainilla, invadió mis fosas nasales, adoro ese aroma, me hace desconectarme de la polución y la mega polis, hace que recuerde un domingo de invierno a la tarde en el Parque Miguel Lillo de Necochea; cuando subo a la vereda, veo al señor de las garrapiñadas, con su puesto hecho de madera y chapa, con una pequeña garrafa debajo de la estantería, con esa única hornalla, despidiendo destellos de fuego incandescente que calientan esa olla ovalada y llena de golpes, donde se cuece ese caramelo aguado y vainilla, junto con los maníes para que se forma la garrapiñada.

Saludo al señor dueño del puestito, soy uno de sus tantos clientes de paso, cada tanto le compro una bolsita de garrapiñadas de maní; las de maní cuestan dos pesos y las de almendras, tres; el 90% de los casos, uno lleva tan solo una moneda de un peso o un billete de dos a mano, por lo tanto siempre termina comprando la de maní; esta vez no compro, no tengo ganas de comer nada dulce, mi cabeza está demasiado aferrada a mis pensamientos y melancolía, por otro lado mi estomago esta crujiendo y eso se debe a que deseaba comer algo más que unos cuantos maníes bañados en azúcar derretida con agua; cuando estoy al cruzar por Peron sobre Alem, de repente, el olor a caramelo aguado con vainilla, se mezcla con el de la grasa estancada sobre la acera y el asfalto, a esto se le suma un dulce aroma rancio a orines; el olor a orina proviene de los vagabundos que conviven debajo del techado de las calles; por toda Avenida Alem, desde Rivadavia hasta Avenida Córdoba, las veredas están tapadas por los viejos edificios y sus columnas, estas se unen en sus extremos, formando arcos de recova, los cuales hacen que las calles de ese tramo estén todas techadas; algunos indigentes se posan debajo de ese techo, en esa esquina, sobre la vereda de Alem, entre las columnas de piedra avejentada y los tramos de pared que no ocupan un local de comida o una entrada a un edificio, ellos apilan cajas y estructuras metálicas recogidas de la calle, colchones viejos y sin fundas, con frazadas rotas y sucias, bolsas de ropa y cosas que solo ellos saben lo que tienen; aprovechan ese espacio para ocultarse del frio, de la lluvia, del sol incandescente, de la gente que los mira con desprecio, de la gente que no los mira, pero los aborrece, de ellos mismos. Esta fusión de olores invade mis fosas nasales, viaja por mi interior, penetra en mis pulmones e impregna mi ser, trato de deshacerme de él, pero a la vez lo disfruto, lo imploro, lo respeto, esto es lo que somos, en esto estamos sumergidos, somos caramelo, orina y grasa, estancados en una esquina de Buenos Aires, esperando a ser olfateados por algún alma piadosa.

Me deshago de eso, vuelvo en mi y sigo mi recorrido por Peron hasta 25 de Mayo, doblo por esta hacia el lado de Plaza de Mayo, en la esquina de me topo con una señorita; lleva unos pantalones de vestir ajustados color crema, una camisa del mismo color, una cartera marrón suave de un tamaño moderado, manos delicadas, cabellera rubia suelta al viento, ojos marrones apagados, la boca pintada de un rojo vivo; me mira a los ojos, la observo a los suyos, estos no me dicen, demuestra vacío, está llena de cosas exteriores, su vida me es indiferente, su mirada me asusta; frunce las cejas hacia abajo y arruga la nariz, para ella mi vida también le es indiferente, solo que le sumó esa expresión de asco; la observo, pero ni me mosqueo, sigo mi camino sin preocupación, solo me remito a escuchar mi Bethlehem y los alaridos Landfermann; pienso en Rubí, pienso en sus ojos color avellana, que con la luz del sol se vuelven esmeralda y en la sombra son una avellana encerrada, esos ojos si tienen vida, ellos si saben de qué hablarme, ellos supieron captar mi atención.

A mitad de cuadra me cruzo con un vendedor de sándwich, un señor mayor con cara de bonachón, cejas y cabellos grises oscuros, mirada cansada, pero ojos llenos de vida, viste una campera gris gastada y unos pantalones de vestir, tipo bombachones de campo, sus manos están ligeramente arrugadas, tiene cicatrices de raspaduras y quemaduras, se ve que fue un obrero, un mecánico o un leñador quizás, pero de seguro que en su juventud trabajo mucho con sus manos; vende sándwich de jamón y queso o salame y queso, a cinco pesos, si no, sándwich de milanesa con lechuga y tomate, a ocho pesos; nunca compro los de milanesas, no se con que los harán, pero estoy seguro de que no son de carne, si comes uno de esos, el ajo arrebatador te causara un acides tan fuerte que durara toda la tarde; compro uno de salame y queso, estiro los cinco, me entrega el sándwich envuelto en un bolsa trasparente, me ofrece una bolsa, le digo que no hace falta, ya que lo iré comiendo por el camino.

Calzo mis auriculares, activo la música y sigo mi camino por 25 de Mayo; quito un parte de la bolsa transparente que envuelve el sándwich de salame, corto un pedazo del mismo con las manos y lo llevo a mi boca, el pan está fresco, si lo hubiese comprado después de las dos de la tarde, de seguro el pan estaría un poco duro y chicloso; sigo masticando, el sabor a salame a penas si se nota, solo se siente un saborcito salado y fuerte, el del queso, directamente ni existe; había cruzado Mitre por 25 de Mayo, atravieso por completo el banco Nación, es una estructura enorme y alta, ocupa toda la manzana, por dentro es mucho mas impetuoso e imponente, solo conozco su planta baja y el subsuelo; sigo mi recorrido, disfruto de mi semi desabrido sándwich de salame y queso, de una manera tranquila; cruzo Rivadavia hacia Plaza de Mayo; observo a la gente, los que vivimos aquí no le damos importancia a la plaza y sus estructuras, no es que no nos interese, simplemente, ya estamos demasiado acostumbrados a ella y sus estructuras, por otra parte, los turistas y gente del interior, sacan fotos y se maravillan, prestan atención a cada detalle, miran la Casa Rosada con asombrados y sacan mas fotos; sigo mi camino, sale otro pedazo de sándwich de salame y queso desabrido; veo a la palomas, revoleando entre la gente y por el resto de la plaza, no les llevo el apunte, para mí son plaga, supongo que para ellas, nosotros seremos lo mismo.

Bethlehem sigue en mis oídos, ahora suena “Aphel - Die Schwarze Schlange”, es un hermoso tema, expresa un sensación de melancolía, furia e ira de una manera soportable; la mujer que me gusta me desconcierta, me siento terriblemente solo, mi melancolía sigue, el día también, tan solo estoy por el medio día, todavía me queda una mitad por disfrutar, una mitad por soportar.

sábado, 31 de julio de 2010

VOMITANDO AMOR


Amargo y placentero
nocivo y alivianador
dulce, pero estresante
cruel amante
vergonzosa expresión

Así te recuerdo amor

con cerveza y dolor
con amigos y humor
por que nunca deje de ser
por que siempre fui canción

Con mierda aterciopelada

con gangrenas de cariño
Así te despedí amor
así te olvide dolor

Gracias por tu amor

gracias por no volver
gracias por devolverme
devolverme a ser yo

Dulces sueños amor

por que para amargos
para amargos estábamos
nosotros dos




(primera y unica poesia que se vera en este blog)

martes, 15 de junio de 2010

ADICTOS A LO EXTERNO


Existen momentos en que la mente se nubla, uno va caminando por la calle Florida, corazón del micro centro porteño, con las manos en los bolsillos de la campera para mantenerlas calidas, tratando de escapar de ese bello aire frió que pega en las partes descubiertas del cuerpo.

Esquivo a la gente que al paso, gruño, ya que ellos no tienen la consideración de hacerse a un lado, si fuese por ellos te llevan por delante y luego te insultan por no moverte de su camino; me detengo un segundo y los veo caminar, como quien ve a una jauría de lobos persiguiendo una presa que nunca existió; los sigo observando detenidamente y un escalofrió cruel y liviano me cruza la columna de la espalda; los contemplo en su gloria marchita. Ellas, en pantalones o polleras bien ajustados, cosa que les marque morbosamente las nalgas, con esos tapados de tejido polar grueso o de piel de zorro artificial, pintarrajeadas hasta las tetas, caminando en zapatos de tacones altos o botas de cuero hasta las rodillas, que no saben como usarlos, ni como pisar en ellos, con las narices tapadas de sus perfumes importados o imitaciones baratas de los mismos, a los cuales utilizan como colonia de baño. Ellos, pantalones de vestir, camisa adentro, corbatas ridículas que les quita la respiración, sacos gruesos y pesados, seguramente comprados en una de esas tantas sastrerías prestigiosas de la calle Esmeralda, apestan a colonia de afeitar barata, cigarrillos negros y whisky; hablan entre ellos escupiendo falsedad y vendiendo mentiras de acomodo. El mismo escalofrió me cruza la espalda nuevamente, sigue siendo cruel y liviano; cruel por estar rodeados de ellos y liviano por no dejarme sobornar por su mundo de plástico.

Es bueno que la mente se nuble; es bueno que el frió nos golpee en la nuca; que hermoso y cruel es recuperar la claridad que nos permite ver la bella mierda de las cosas.

martes, 4 de mayo de 2010

LA PARALISIS Y LA CEGUERA


Eran las 13:30 del mediodía; estaba en estación Pueyrredon de la línea B, esperando a que llegara el subte; tenia que ir hasta estación Florida, para encontrarme con un cliente que tenia que entregarme unas cosas. La temperatura en la ciudad circulaba entre los 30°C y 35°C de sensación térmica, la presión en el aire era alta y la humedad sofocante, como si fuera poco en el subterráneo esas cosas se intensifican y mucho más si estas en la línea B, ya que de las seis líneas de subte, es la que mas debajo se encuentra, por lo tanto la sensación sube a unos 40 y el aire se hace pesadamente detestable; maldita época del año, el calor me pone enfermo, no lo soporto, me molesta demasiado.

Llegó el tren, subo junto a unos pocos, en el coche no hay demasiada gente, observo vagamente a mi alrededor y en eso veo a una chica que a simple vista parece tener bellos senos, está sentada al lado de la puerta, me paro junto a la puerta, al lado de ella, la observo bien, apunto a su escote y me doy cuenta que sus senos no tienen nada de extraordinario, de hecho, ya no me gustan. Me quedo parado ahí escuchando mi música y sin prestar atención a mi alrededor; en mi dispersión y molestia por el calor, respiro hondo y exhalo de manera exagerada, levantando la cabeza levemente, es ahí donde veo que en frente mío hay niña en una especie de silla de ruedas electrónica, de color negra, de esas que son especiales y robustas, parece de tener una especie de parálisis que solo le permitía mover los ojos, algunos dedos de las manos y hacer muecas con la boca; es blanca, de cabellera rubia enrulada, con ojos claros que demuestran una inocencia que me hace doler el alma, lleva ropa blanca, con un saco ligero rosa y unos zapatitos negros brillosos; se desocupa un asiento a un costado mío y me siento, de esta manera, la niña queda frente a mi; justo quede al lado de las puertas que comunican los vagones entre sí, la pequeña de la silla me observaba fijamente, en si observa a todo y a todos, trataba de no perderse nada, no podía hacer otra cosa, su condición la obligaba a estar en esa silla y a observarlo todo; sin duda la curiosidad era un pasatiempo obligatorio.

Pasaron unos minutos, mi viaje no era largo, sin embargo no veía la hora de bajarme; en eso, la puerta a mi derecha, que comunica al vagón contiguo, se abre, aparece un hombre ciego de unos 30 años junto a una pequeña que de seguro es su hija; el, de test oscura, pelo corto morocho, con ropa sucia y andrajosa de color gris, lleva en su mano izquierda un vaso de metal con monedas, el cual sacude fervorosamente para que las mismas se oigan, en su mano derecha lleva un bastón blanco y la mano de la pequeña, ella también es de test oscura, pelo negro y largo, lleva un vestido blanco sucio y gastado; el hombre pide que se compadezcan, su condición hace que no pueda conseguir trabajo y se veía obligado a hacer esto para poder darle de comer a su familia, pide disculpas por robar de nuestro tiempo y nos da la bendición de dios, si dios existiese y si cobrase un centavo por cada vez que alguien dice eso, los Rockefeller le servirían la comida y Gates lustraría sus zapatos; en fin, el hombre comienza a avanzar lentamente pidiendo permiso y moviendo su vaso con monedas, da unos pocos pasos y sin preverlo tropieza con la silla de la nena postrada, el pide permiso, la nena lo mira fijamente, pero no puede hacer nada, el no vidente, demostrando estar molesto mueve el palo golpeado la silla robusta y nuevamente pide permiso, pero esta vez con un tono alto, la madre de la nena ve la situación y mueve un poco la silla, la hija del ciego al ver que el obstáculo no puede moverse por voluntad propia, intenta tranquilizarlo agarrándolo de la espalda y lo guía indicándole que valla por el otro costado; la nena sigue mirándolo fijamente, intenta hacer un poco mas de fuerza para seguir observando al hombre, quien se va un poco molesto e inquieto, sacudiendo el bastón y el vaso con monedas efusivamente; observo la situación sin moverme y casi sin respirar; el muchacho sigue su camino lentamente, moviendo el vaso y acercándose para pedir monedas, con su hija que le sostiene la mano y observa a la gente; la nena retoma su posición, sigue mirando todo con asombro, mientras la madre acomoda una prenda en una especie de cajuela que tiene la silla.

El tren sigue su curso, el mundo sigue su curso, la nena sigue contemplando el techo en la silla de ruedas con la parálisis en su cuerpo, el ciego moviendo su taza metálica con monedas y haciéndose espacio entre la oscuridad de sus ojos, en frente mío, un señor un tanto mayor, sentado al costado de la madre de la nena, se seca el sudor en la frente, lleva una camisa blanca, con el cuello libre, un pantalón de vestir viejo de color gris y unas zapatillas deportivas destrozadas, le veo cara conocida, creo que es uno de esos actores dramáticos que brilló en las novelas de fines de los 80 y principios de los 90, se me hace raro verlo ahí de esa manera; a mi derecha, pegada en la ventana, hay una calcomanía que dice “YO VI ZEITGEIZT”, si, yo también la vi, es un excelente película-documental, de esas que te dejan culo para arriba y con un pensamiento en tu cerebro que dice “la puta madre, nos están cagando, nos están consumiendo y no nos interesa”. Si, vi zeitgeizt y también vi el tropiezo de la nena con parálisis en silla de ruedas con el ciego que pedía monedas para poder comer, que asqueroso que suele ser el mundo y que hipócritas que solemos ser todos sus humanos habitantes.

Sin darme cuenta, noto que el viaje se consumió y que la próxima estación es en la que me tengo que bajar; me levanto, me acerco a la puerta, se acerca el actor avejentado y un par de personas mas que no les prestó atención; el calor sigue molestando, me doy vuelta, observo a la nena por ultima vez, me observa, le doy una sonrisa de “todo va a estar bien querida”, ella sigue observándome sin más, doy la vuelta, quedo de cara a la puerta, el tren se detiene, suena la chicharra por el parlante, se abren las puertas, salgo del tren y me dirijo a las escaleras mecánicas de manera tranquila y despacio, la horda enardecida corre desesperada hacia la escalera, como si esta los llevase a un banquete preparado por el mismísimo Baco; sigo mi ritmo estable sin llevarles el apunte, subo las escaleras, salgo al hall de la estación Florida, me dirijo hacia las escaleras fijas que me llevan hasta afuera, las subo lentamente, respiro el aire, que sigue siendo pesado, pero comparado con el del subterráneo, este es como una brisa matinal de otoño; como si fuera poco se siente el aroma al caramelo que hacen los vendedores ambulantes para las garrapiñadas de maní; cierro los ojos, disfruto de la sensación y sonrió; mientras, pienso que todo esta tan vivo alrededor nuestro que no sabemos cómo soportarlo, estamos paralizados de inocencia, somos ciegos de sentimientos; que ganas de tomar un respiro de todo.



domingo, 28 de marzo de 2010

LA EXCUSA PARA PASAR EL MOMENTO


Ahí estaba yo, parado del lado derecho, junto a los asientos del final del autobús, mi mano derecha estaba lastimada y llena de sangre, todo a mi alrededor estaba cubierto de cristales; el suelo, el regazo del viejo junto a mi y parte del asiento de adelante; tanto el viejo como el resto de la gente en el colectivo, me miraban sorprendidos y espantados.

Eran las 4:30 am, el despertador comenzó a sonar, por lo general suele sonar a las 6 am, pero ese día tenía que estar temprano en los tribunales de Inmigrantes, ya que debía de presentar una contestación de vista en la cual su plazo había vencido el día anterior, por lo tanto nos quedan las dos primeras horas del día después del último día, gracias a un régimen del sistema legal.

Me levante de la cama, vestía solo un bóxer, fui a la cocina y encendí el calefón, luego fui al cagadero, mee, cepille mis dientes, enjuague mi rostro todo cansado y puse a cargar la bañera, luego salí a la habitación; en el suelo había ropa por todos lados; remeras, pantalones, medias, zapatillas, ropa interior y un cenicero; en la cama, destapada y tan solo vestida con una tanga roja, estaba dormida Nancy; decidí recostarme junto a ella, detrás de su espalda, en forma cucharita, la abrace y ella acaricio mis brazos, su trasero blanco y carnoso se acomodo en mi bulto; comencé a besarle el cuello y acariciarle suavemente la panza, ella se tiro para adelante, aparto su oscura cabellera para así poder disfrutar de mis besos de mis labios, ella acariciaba mis piernas y apretaba con fuerza mi trasero; el chisme se poso con fuerza entres los cachetes de su culo; comencé a sujetarles los senos y a besarla en su cuello, su nuca y detrás de sus orejas; ella comenzó a gemir despacito y se volteo hacia mi; comenzó a besarme el cuello y luego siguió con mis pezones, hasta morderlos ligeramente, siguió bajando despacito por mi regordeta y peluda panza, llego al bóxer, lo quito en un segundo, sujeto el chisme con fuerza y empezó a sobarlo, el cual a este punto ya estaba bien erecto, lo hacía de manera lenta y daba a pequeños lengüetazos, en eso empezó a jugar con sus dientes y le daba pequeños mordiscones, hasta que en un momento lo sentí, sus dientes se clavaron en mi pene con fuerza; grite con ira y le di un golpe a mano abierta en el rostro que la tiro de la cama; se compuso, me miro de manera asquerosa y se monto encima mío, el golpe la había excitado aun mas; corrió la tanga e introdujo el chisme marcado por sus dientes en su coño humedecido; comenzó a montarlo con fuerza mientras rasguñaba con furia mi pecho y gemía con la boca cerrada, me compuse y quedamos los sentados, ella encima mío, me abrazo y me presiono con fuerza ante su pecho, comencé a besar su boca con gusto a cerveza rancia, el cual no me molestaba, mientras sujetaba con fuerza sus bellas nalgas, me montaba rápido y con fuerza, no le daba respiro al asunto, yo le seguía el ritmo y no paraba de besarle la boca y el cuello; ella se corrió al instante, grito y se le escaparon un par de lagrimas, conteniendo un poco el temblor y los espasmos de su cuerpo, para poder seguir con el asunto y así yo también lograba correrme, cosa que me llevo tan solo unos minutos más. Fue algo fugaz e intenso, pero ninguno de los dos buscábamos otra cosa que eso; nos quedamos abrazados, hasta que nos dimos cuenta que la bañadera estaba rebalsando.

Le hice a un lado suavemente y fui con ligereza al baño, a cerrar la canilla, mientras metía la mano en el agua caliente para quitar el tapón de la bañera, ella se levanto y se sentó en el bidet a enjuagarse; con el trapo seque un poco el piso y luego me dispuse a cargar un poco de agua fría, para que el enjuague no me quemara las tripas.

La bañera estaba preparada, me sumergí en ella, mientras Nancy ordenaba la ropa y preparaba el desayuno; lave mi cabello y limpie bien las partes de mi cuerpo, lo hice despacio en mi entrepierna, todavía me dolía por la mordida, luego lave mi cara con un jabón especial que controla la gratitud de mi rostro, fue un lavado ligero, salí de la bañera, me seque por completo, me peine con las manos el pelo, fui a la habitación y me puse un bóxer limpio; Nancy batía café desnuda, mientras se calentaba el agua, le dije que se fuera a cambiar mientras que yo terminaba de preparar el desayuno; dos tazas de café, un poco de leche tibia para suavizarlo al gusto, galletitas de agua con queso untable y mermelada de frutilla; deje todo en la mesa del comedor, fui al dormitorio, Nancy había levantado toda la ropa, estaba casi vestida, solo le faltaba arreglarse el pelo, maquillarse y calzarse las zapatillas, cogí un pantalón y me lo puse, le dije que fuéramos a desayunar y luego seguíamos con la vestimenta; desayunamos tranquilos y en silencio, ella me miraba y me sonreía mientras le deba pequeños sorbos a su café, yo tomaba su mano y le daba besos; terminamos de desayunar y lleve las cosas a la pileta, no tenía ganas de lavarlas, así que las deje ahí y luego las limpiaba a la noche, cuando regresase.

Eran las 6:30, Nancy estaba terminando de maquillarse, mientras yo terminaba de vestirme y de perfumarme, mientras pensaba “mierda; ya debería de estar arriba del colectivo para estar ni bien abren los tribunales”. Terminamos de vestirnos, recogimos nuestras cosas; Nancy una campera ligera de verano, una mochila negra y roja, una cartera de cuero negra y una bolsa de cartón, de esas que dan en las tiendas de ropa, en ella llevaba la ropa sucia que había usado, jamás entendí por que las mujeres cargan con tantas cosas, especialmente con una cartera y una mochila, no se por qué no usan una sola punto y punto; yo cogí la mochila cuasi camuflada, las cadenas con las llaves, me las enganche al pantalón y salimos. Por suerte el ascensor estaba en mi piso y no tuvimos que llamarlo, rara vez sucede, ya que siempre que salgo, está en la planta baja o directamente alguien está bajando en el. Ella arregló el cuello de mi chomba, mientras tanto yo acomodaba su corpiño y le daba pequeños besos en su rojiza boca.

Íbamos a la parada del 96, ella trabaja en un perfumería que queda a seis cuadras de sus casa, en el centro de San Justo, pero no entraba hasta las 10 de la mañana y eran las 6:50, por lo tanto tenía tiempo de sobra; mientras conversábamos.

- ¿Vas para tu casa ahora?

- Si, me daré un buen baño y me cambiare para ir a trabajar.

- Claro, no te bañaste – le dije, mientras recordaba su aliento a cerveza rancia y sentía el olor de su perfume dulce y barato.

- Me dejaste exhausta y toda sudada ayer a la noche; y lo de esta mañana, aunque corto, me dejo bastante relajada y cochina – me dijo mientras se mordía un labio.

- A mi también – le dije - ¿Cuándo nos vemos de nuevo?

- No se bombón, sabes que se me complica por el tema de mi pareja.

- Es cierto, lo había olvidado. Kiara; ella deja que estés andes con hombres, pero no deja que te involucres.

- Así es, aunque ella piensa que debes en cuando estoy con alguno diferente, solo me gusta hacerlo con vos.

- Seguro – mientras pensaba “Soy la excusa para pasar el momento, pero sé que no soy el único”.

- Seguro ¿Qué? – Arremetió con bronca – No se me haría fácil verme con varios tipos a la vez, como vos pensas.

- Esta bien, no me hagas caso, solo fue un decir.

- Eso espero. No me gusta que seas así. Amo a Kiara, pero necesito despejarme y de un pedazo de carne de vez en cuando y vos me das lo que necesito; con vos puedo conversar, reírme y joder como bestias, quedando satisfecha y relajada.

- Listo, ya está bien. Olvídalo.

Ya estábamos en la parada, revisó en su cartera para ver si tenía monedas, de hecho las tenia, me miro, me abrazo y beso mi boca; respondí de la misma manera. Me miro y me dijo:

- Deberías de buscarte una novia.

- Lo sé, pero es complicado.

- Vos la complicas, así como te di bola yo, te puede dar bola cualquier mina que te guste.

- Jajajajaja – me reí falsamente - Eres grandiosa dulce, realmente lo eres, pero no es tan fácil como vos decís.

- Deberías de ser más osado y arriesgado, en todo momento. – decía, mientras me miraba con cara seria y cuasi molesta.

- Gracias dulce. Ya llega tu bondi.

- Bueno bombón; gracias por todo, la pase súper bien. Nos hablamos. Te quiero.

- Gracias dulce; yo también. Cuídate.

Apenas estire la mano, el colectivo ya estaba al lado nuestro; ella subió, se dio vuelta y me tiro un beso, respondí con una sonrisa. Me di la vuelta, vi como el colectivo se alejaba, en el viajaba Nancy y su hermoso culo blanco, en el se alejaba una esperanza de compañía completa, en el se alejaba otra excusa; encendí un cigarrillo, camine hacia la esquina y cruce la calle, para tomar el 5 que me deja a media cuadra de los tribunales que están en Inmigrantes; saque las monedas del bolsillo, el colectivo no tardo en venir, lo aborde y observe la situación, estaba casi lleno, a simple vista parecía que no se podía pasar, dado que todo el mundo tiende a acomodarse en la parte delantera del colectivo, pensando que atrás puede pasar algo; pidiendo permiso llego hasta el al final, justo a los asientos del fondo, detrás de la puerta de bajada, varios se avisparon e hicieron lo mismo, siendo que aquí atrás había mas lugar.

A los 10 minutos el colectivo estaba repleto, era una mañana nublada y un tanto fresca, sin embargo anunciaban lluvia, había mucha presión el aire y la temperatura no era tan baja; la mayoría de la gente al pensar en su inconsciente que afuera está fresco, tiende a no abrir las ventanas, sin embargo cuando el colectivo esta colmado, la temperatura comienza a subir y la gentuza ni se mosquea; la cosa es que no se si era por la pesadez del ambiente, por estar amontonado con toda esa gente o por que había dormido tan solo 2 horas y mi cuerpo se sentía cansado, pero comenzó a bajarme la presión y a subirme la temperatura; le pedí permiso al viejecillo caraculo que estaba sentado en el asiento frente a mí, abrí una de las ventanas y a los pocos segundos el tipo la cerro; por lo tanto muy amablemente le dije:

- Disculpe don, pero estamos todos muy apretados y me bajo la presión. ¿Puede abrir un poco la ventana?

- Hace frio, querido – me dijo el viejo, de manera agresiva.

Eso me saco un poco de mis cabales, sin embargo me contuve.

- Mire buen hombre, en la Antártida hace frio, aquí tenemos 15 grados en la calle y aquí adentro somos como 60 personas todas amontonadas, eso hace que nuestra temperatura corporal ascienda y se exprese alrededor nuestro, por lo tanto debemos de tener como 40 grados de sensación – con un tono un tanto sarcástico.

El viejo ni se mosqueo, llevaba una gabardina color marrón oscuro, una camisa que una vez fue blanca y unos pantalones de vestir grises feos, su cara arrugada y con unos pocos pelos en la barbilla lo definían como lo que era, un viejo caraculo; yo estaba sudando y me sentía mareado, así que de una manera tranquila abrí la ventana nuevamente; el viejo me soltó una mirada de odio que si hubiese sido un golpe me habría derribado de una; se acomodo en sí y cerro la ventana con fuerza, apoyando su mano en el arrastre; mire al viejo con asco, medí la ventana y apoyé mi puño sobre ella, al instante estire mi puño hacia atrás y sin medir mi fuerza, pero con mucha ira le di un golpe; mi puño atravesó la ventana y la misma se partió en mil pedazos, jamás pensé que podría a llegar a romperla.

Así que, ahí estaba yo, parado del lado derecho, junto a los asientos del final del autobús, mi mano derecha estaba lastimada y llena de sangre, todo a mi alrededor estaba cubierto de cristales; el suelo, el regazo del viejo junto a mí y parte del asiento de adelante; tanto el viejo como el resto de la gente en el colectivo, me miraban sorprendidos y espantados; el chofer detuvo el colectivo preguntando que había sucedido; yo me di vuelta y me acerque a la puerta, nadie me detuvo, es más, se alejaban de mi, nadie decía nada, me acerque, tire de la palanca que libra el compresor de la puerta y ella se abrió, baje las escaleras apresuradamente, el colectivero empezó a gritar, la gente comenzó a murmurar, pero todos seguían inmóviles.

Ya estaba fuera, al fin podía respirar, camine unos pasos sin me para que pasaba a mis espaldas, me fui detrás del colectivo y estire la mano para parar un taxi que estaba a unos metros, frenó y me subí en el.

- Buenos días. Hacia los tribunales de la Av. Inmigrantes que están detrás de Retiro.

- Ok; buen día.

El chofer era un tipo de unos 45 o 50 años, tenía el rostro cansado por el horario, pero no estaba avejentado, iba vestido con ese especie de vestimenta oficial, de esos que les hacen poner ahora, camisa celeste y pantalones de vestir negros, quizás lo usaba por que sea del sindicato; eran las 7:25 y esto haría que llegue más rápido a los tribunales. Me acomode en el asiento y le pregunte:

- ¿Le molesta si abro la ventana?

- No, por favor – me dijo sin problema – Aparte, afuera está muy pesado, yo no sé porque la gente se abriga tanto, después el día se hace insoportable con tanta ropa.

- Eso mismo digo, pero en fin, muy pocos nos damos cuenta.

- ¿Te paso algo en la mano? – me pregunta un tanto sorprendido.

Observo mi mano, todavía tiene algo de sangre, la limpio un poco con un pañuelo que llevaba en el bolsillo izquierdo del jean, por suerte no quedaron pedazos de vidrio; no son heridas profundas, tan solo unos rasguños.

- Tropecé con una ventana que no quería abrirse.

- Jajajajaja; qué bueno que la mía halla abierto.

- Jajajajaja; la verdad que sí.

Continuamos el viaje sin molestias y tan solo cruzábamos alguna que otra conversación ligera, el clima, el gobierno, los empleos y esas cosas; el cielo estaba nublado, la pesadez no disminuía, pero se había levantado una ligera brisa, la cual me daba en la cara y hacia que no me sienta mareado, ni con calor. Iba a ser un día largo y a pesar de todo lo sucedido, recién había comenzado.