martes, 8 de marzo de 2011

SINDROME DEL BURGUES SOCIAL


Eran alrededor de las cuatro de la tarde, un día estable, con una temperatura moderada, poco viento, poca humedad; en fin, otro día porteño poco común. La primavera recién está comenzando, el frío de invierno va dejando sus últimas estelas y el sol primaveral comienza a abrazar las calles de Buenos Aires. Tenía que ir a una aseguradora en Tribunales a retirar una póliza que me había encargado un cliente, luego al bello y detestable Once a entregar unas facturas a otro cliente, mi último encargo y parada era a media cuadra del Abasto y consistía en retirar una documentación de otro cliente.

Salgo de la oficina, caminando por Diagonal Sur, frente a la legislatura de la ciudad y para el lado de Plaza de Mayo, llego hasta la esquina , para variar cruzo sin importar el estado del semáforo, si no viene un auto, mejor, si viene, lo esquivo; me dirijo a la escaleras que dan al subte, en la esquina de Bolívar e Hipólito Irigoyen, estas dan a estación Bolívar, de la línea E, a la vez, por un túnel, se comunica con las estaciones Perú de la línea A y Catedral de la línea D; bajo por las escaleras, a los pocos pasos comienzo a sentir el ligero vaho de la gente amontonada, sus perfumes atiborrados y sudores estancados, bocas apestadas con sus alientos llenos de almuerzos podridos, residuos de nicotina o chicles sin sabor, a todo eso se le suma la pesadez lograda por la baja presión y la no corriente de aire de los pasillos subterráneos; camino, paso la tarjeta por el molinete, cruzo el mismo, sigo por el túnel para ir a estación Catedral, los olores y la pesadez ya se perciben en estado puro, camino tranquilo por el túnel, a paso ligero, esquivando a la gente, con los auriculares recostados en los oídos, escuchando EverEve, sin importar quién va o quien viene a mi alrededor; sigo por el túnel anterior al último pasillo, antes del andén de estación Catedral; paso ante el señor que vende las guías T o filcar de la ciudad de Buenos Aires y provincia, le presto atención unos segundos, avejentado y cansado, sigue firme, delante de miles de personas que lo cruzan día a día, tratando de vender un maldito mapa, el no pierde su postura, no le quita gracia a la situación, es un tigre anciano, unos metros más adelante esta el cantante de música romántica latina, que intenta parecerse a Ricardo Arjona o a alguno de los tantos músicos melosos latinos que fueron apareciendo en las últimas dos décadas, con esos pseudo boleros y canciones de amor para minitas que se masturban soñando con príncipes azules que no soportan a mujeres arrastradas como ellas; lo veo cantar, haciendo gestos de enamorado, tirando notas largas por su boca y golpeando a esa pobre guitarra, no lo tolero, se torna insoportable, por suerte mis auriculares no me dejan escuchar su asquerosa música; sigo camino, atravieso el ultimo túnel, subo las escaleras y llego al andén de estación Catedral.

Observo ligeramente el panorama, para mi suerte no hay mucha gente, en si, hay gente, pero no la cantidad que suele haber en lo normal y mucho menos en una hora pico; hago unos pasos a mi derecha, relojeo el banco con 4 asientos que está entre las escaleras por las que aborde al anden y por los molinetes de la entrada de Reconquista y Diagonal Norte, están todos ocupados, me quedo parado a unos pasos de ellos y espero a que llegue el tren; de a poco de va amontonando gente, el coche demora unos minutos en llegar, la gente sigue apareciendo, en eso aparece el tren; me alejo de la línea gruesa amarilla que esta pintada como seguridad para que la gente no se agolpe cerca del borde y sufra algún accidente, por supuesto que nadie la respeta. El tren estaciona, la gente se agolpa cerca de las puertas para poder sentarse en los asientos, a mi no me interesa sentarme, solo me interesa subir al tren y no chocarme con la gente, dejo que la gente suba y abordo ultimo el vagón; me pongo contra la puerta de enfrente, ya que en estación Tribunales, la puerta abre de ese lado y no del que abordamos todos, por lo tanto puedo bajar sin pedir permiso y sin que la gente me empuje; me acomodo sobre la puerta, no dejo los auriculares, ni la música e intento no llevarle el apunte al resto de la gente que esta a mi alrededor, sin embargo, en el asiento a mi derecha, se sienta un señor muy acalorado y acelerado, lleva camisa rosa de marca Polo, con el logo del jockey blanco limpio, unos jeans azul claro, de los buenos, un cinturón de cuero de vaca de verdad, unos zapatos tipo borceguíes, de casi unos cincuenta años, pelo gris casi blanco, tés blanca, algo bronceada y una barrigota que hacía sentir miedo a los botones del medio de la camisa, todo un burgueson que se quiere hacer el canchero, lo veo, permanece sentado, con un rostro un tanto amargado y quejumbroso; en eso sube al coche una chica con una nena en brazos, ella es joven, lleva una musculosa rosa, con unas ligeras manchas, una pollera color mate y unas zapatillas blancas, de pelo castaño escuro, con piel un tanto morena, no debería de tener mas de veinticinco años, su rostros se veía cansado y abatido, la nena en sus brazos tenia síndrome de Down, viste remera blanca y jeans de niño, lleva unos anteojos simpáticos y dos trenzas en su cabello castaño claro, de casi unos dos años, con unos pocos dientecitos de leche, juguetea y le sonríe a la chica que la lleva en brazos; aparenta su madre, pero no les encuentro el parecido; ella la mira y le da una sonrisa desanimada, su rostro realmente se ve cansado, pero hace lo posible para no devolverle su desgano a la nea.

Me quedo parado un instante, observo a la gente, veo a la chica con la nena en brazos, sigo mirando la situación y me doy cuenta de nadie hace nada, que nadie desprende un mísero gesto de solidaridad, no los culpo, yo muchas veces no lo tengo, pero en este caso se me hace necesario; me quito los auriculares, veo a mi derecha y de una manera muy suave, le toco el hombro al burgués barrigón con camisa rosa, el tipo me mira bruscamente, me inclino un poco y le digo – Disculpe. ¿Podría darle el asiento a la chica con la nena en brazos? – El burgueson me mira exaltado y con cara extraña, le hago una seña mostrándole a la chica con la nena en brazos, gira su cabeza y las ve, respira de manera fuerte y se pone de pie, me doy vuelta y le digo a la chica con rostro agotado – Veni, sentate que el señor te dio al asiento – La chica me mira, me da una ligera sonrisa y un minúsculo “Gracias”, va y se sienta, acomodándose y sintiéndose relajada, la mira a la nena y le sonríe, la pequeña nunca había dejado de sonreír, pero lo hace con más entusiasmo al ver que la sonrisa de la joven es tranquila y espontanea; las veo sonriendo y me siento tranquilo, me tranquiliza, no sé por qué, no hice nada del otro mundo, pero quizás sea el brillo de sus sonrisas y la ligera sensación de bienestar que desprende la muchacha con rostro no tan agotado.

Me poyo nuevamente sobre las puertas, el tren todavía no avanza, observo hacia delante de mí y noto que el burgueson me observa fijamente, las facciones de su cara son extrañas, tiene una mueca extraña, es todo colorado, gotas de sudor nacen de su frente y caen por los costados de sus patillas pobres; veo mover sus labios, instantáneamente me quito los auriculares y oigo lo que me dice – Es molesto, uno se toma el subte en la estación principal, para viajar sentado y tranquilo; voy hasta Congreso de Tucumán (estación terminal de la Línea D) ahora tengo que ir parado hasta que termine – Todo eso lo dice con una voz quejosa y molesto con la situación sucedida; lo veo bien, intento interpretar lo que me dice, no le veo relación, o sea, no veo coherencia su explicación tan insulsa, vaga, egoísta y desinteresada, en un instante se me ocurren un centenar de insultos y porquerías para decirle, pero me contengo, tomo un poco de aire y le digo – La vida por momentos es injusta, solo tenemos que ajustarla un poco – Le regalo una sonrisa mientras calzo los auriculares en mis orejas, el tipo me mira sin entender lo que le dije, suspira ligeramente, intenta decirme algo, pero es inútil, la música ya estaba sonando en mis oídos, lo veo a los ojos y le demuestro que no me interesa lo que tiene para decirme, su cara esta rojiza y las gotas de su frente son mas y mas gruesas, balbucea una última cosa y mira para otro lado; el tren arrancó. Giro la cabeza y la veo a la nena, me mira fijamente y asombrada, parecía que llevaba un rato haciéndolo, en eso su boca dibuja una sonrisa; es plena y tiene mucha vida, tanta vida que me asusta, me siento tan inferior a ella, tan insulso y desprotegido; pienso en el burgueson y su estupidez egoísta, pienso en el resto de la gente que miran desinteresados, como si ya nada importase; estamos tan encerrados en nosotros mismo que ya no vemos las sonrisas ajenas, ya no sabemos sonreír desde el corazón como lo hace ella, siento que los del síndrome somos nosotros, que no sabemos apreciar las gracias y beneficios que tuvimos en nuestras vidas; quedo inmutado viendo su sonrisa, sigo sintiendo imbécil e idiota y ella me resulta hermosa; recupero la postura y le devuelvo la sonrisa, ella hace un parpadeo ligero y se esconde como vergonzosa entre los brazos de la muchacha, que ya recuperó algo de vida en su cara y quien esbozando una sonrisa plena, abraza a la pequeña; quizás sean madre e hija, pero sigo sin encontrarles el parecido; solo me remito a verlas unos segundos más y luego me desprendo de ellas, para seguir mi viaje.

Son dos estaciones de desde Catedral hasta Tribunales; estamos saliendo de estación 9 de Julio y en la próxima es donde debo bajarme. Por suerte no hay mucha gente, asi que se viaja tranquilo sin estar apretado, ni a los empujones; apunto mi mirada hacia el techo y cierro los ojos, subo la música hasta el tope y me compenetro escuchando “Autumn Leaves” de EverEve; pienso en la secuencia sucedida en los últimos minutos y me da una sensación de bienestar y amargura; bienestar por no ser como el burgués barrigón y amargura por tener miedo de sonreírle a los desconocidos como lo hacia esa niña. Aps, estación Tribunales, hora de bajar, hora de seguir, hora de sonreírle al mundo.

1 comentario:

  1. Curioso relato que nos narras. Quiero destacar que la frase: "La vida por momentos es injusta, solo tenemos que ajustarla un poco.." Me ha dejado algo pensativa.... y reflexiva.

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