lunes, 13 de septiembre de 2010

CARAMELO, ORINA Y GRASA

“Die Anarchize Befreiung Der Aungenzeugenreligion” de Bethlehem sonaba en mis auriculares, habían pasado unos largos minutos del mediodía, el sol golpeaba en mi espalda dándome una ligera sensación de calor que era contrarrestada por el viento, proveniente del rio; venia de regreso de una marítima que queda cruzando el rio hacia la oficina en que trabajo, que se encuentra sobre Diagonal Sur; iba por la calle Peron y estaba cruzando la Avenida Alem, es molesto cruzarla en esa zona, ya que el semáforo de peatones solo te da 45 segundos de tiempo, los autos que quieren doblar para el lado de lado de Avenida Córdoba no respetan a nadie y no dejan cruzar a los peatones fácilmente, por lo tanto tienes que cruzarla corriendo si llevas prisa o en dos tandas si vas tranquilo; en mi caso venia demasiado tranquilo disfrutando de los alaridos de Landfermann en mis oídos, así que la cruce en dos tandas; cuando estaba terminando de cruzarla, un ligero aroma a caramelo aguado y vainilla, invadió mis fosas nasales, adoro ese aroma, me hace desconectarme de la polución y la mega polis, hace que recuerde un domingo de invierno a la tarde en el Parque Miguel Lillo de Necochea; cuando subo a la vereda, veo al señor de las garrapiñadas, con su puesto hecho de madera y chapa, con una pequeña garrafa debajo de la estantería, con esa única hornalla, despidiendo destellos de fuego incandescente que calientan esa olla ovalada y llena de golpes, donde se cuece ese caramelo aguado y vainilla, junto con los maníes para que se forma la garrapiñada.

Saludo al señor dueño del puestito, soy uno de sus tantos clientes de paso, cada tanto le compro una bolsita de garrapiñadas de maní; las de maní cuestan dos pesos y las de almendras, tres; el 90% de los casos, uno lleva tan solo una moneda de un peso o un billete de dos a mano, por lo tanto siempre termina comprando la de maní; esta vez no compro, no tengo ganas de comer nada dulce, mi cabeza está demasiado aferrada a mis pensamientos y melancolía, por otro lado mi estomago esta crujiendo y eso se debe a que deseaba comer algo más que unos cuantos maníes bañados en azúcar derretida con agua; cuando estoy al cruzar por Peron sobre Alem, de repente, el olor a caramelo aguado con vainilla, se mezcla con el de la grasa estancada sobre la acera y el asfalto, a esto se le suma un dulce aroma rancio a orines; el olor a orina proviene de los vagabundos que conviven debajo del techado de las calles; por toda Avenida Alem, desde Rivadavia hasta Avenida Córdoba, las veredas están tapadas por los viejos edificios y sus columnas, estas se unen en sus extremos, formando arcos de recova, los cuales hacen que las calles de ese tramo estén todas techadas; algunos indigentes se posan debajo de ese techo, en esa esquina, sobre la vereda de Alem, entre las columnas de piedra avejentada y los tramos de pared que no ocupan un local de comida o una entrada a un edificio, ellos apilan cajas y estructuras metálicas recogidas de la calle, colchones viejos y sin fundas, con frazadas rotas y sucias, bolsas de ropa y cosas que solo ellos saben lo que tienen; aprovechan ese espacio para ocultarse del frio, de la lluvia, del sol incandescente, de la gente que los mira con desprecio, de la gente que no los mira, pero los aborrece, de ellos mismos. Esta fusión de olores invade mis fosas nasales, viaja por mi interior, penetra en mis pulmones e impregna mi ser, trato de deshacerme de él, pero a la vez lo disfruto, lo imploro, lo respeto, esto es lo que somos, en esto estamos sumergidos, somos caramelo, orina y grasa, estancados en una esquina de Buenos Aires, esperando a ser olfateados por algún alma piadosa.

Me deshago de eso, vuelvo en mi y sigo mi recorrido por Peron hasta 25 de Mayo, doblo por esta hacia el lado de Plaza de Mayo, en la esquina de me topo con una señorita; lleva unos pantalones de vestir ajustados color crema, una camisa del mismo color, una cartera marrón suave de un tamaño moderado, manos delicadas, cabellera rubia suelta al viento, ojos marrones apagados, la boca pintada de un rojo vivo; me mira a los ojos, la observo a los suyos, estos no me dicen, demuestra vacío, está llena de cosas exteriores, su vida me es indiferente, su mirada me asusta; frunce las cejas hacia abajo y arruga la nariz, para ella mi vida también le es indiferente, solo que le sumó esa expresión de asco; la observo, pero ni me mosqueo, sigo mi camino sin preocupación, solo me remito a escuchar mi Bethlehem y los alaridos Landfermann; pienso en Rubí, pienso en sus ojos color avellana, que con la luz del sol se vuelven esmeralda y en la sombra son una avellana encerrada, esos ojos si tienen vida, ellos si saben de qué hablarme, ellos supieron captar mi atención.

A mitad de cuadra me cruzo con un vendedor de sándwich, un señor mayor con cara de bonachón, cejas y cabellos grises oscuros, mirada cansada, pero ojos llenos de vida, viste una campera gris gastada y unos pantalones de vestir, tipo bombachones de campo, sus manos están ligeramente arrugadas, tiene cicatrices de raspaduras y quemaduras, se ve que fue un obrero, un mecánico o un leñador quizás, pero de seguro que en su juventud trabajo mucho con sus manos; vende sándwich de jamón y queso o salame y queso, a cinco pesos, si no, sándwich de milanesa con lechuga y tomate, a ocho pesos; nunca compro los de milanesas, no se con que los harán, pero estoy seguro de que no son de carne, si comes uno de esos, el ajo arrebatador te causara un acides tan fuerte que durara toda la tarde; compro uno de salame y queso, estiro los cinco, me entrega el sándwich envuelto en un bolsa trasparente, me ofrece una bolsa, le digo que no hace falta, ya que lo iré comiendo por el camino.

Calzo mis auriculares, activo la música y sigo mi camino por 25 de Mayo; quito un parte de la bolsa transparente que envuelve el sándwich de salame, corto un pedazo del mismo con las manos y lo llevo a mi boca, el pan está fresco, si lo hubiese comprado después de las dos de la tarde, de seguro el pan estaría un poco duro y chicloso; sigo masticando, el sabor a salame a penas si se nota, solo se siente un saborcito salado y fuerte, el del queso, directamente ni existe; había cruzado Mitre por 25 de Mayo, atravieso por completo el banco Nación, es una estructura enorme y alta, ocupa toda la manzana, por dentro es mucho mas impetuoso e imponente, solo conozco su planta baja y el subsuelo; sigo mi recorrido, disfruto de mi semi desabrido sándwich de salame y queso, de una manera tranquila; cruzo Rivadavia hacia Plaza de Mayo; observo a la gente, los que vivimos aquí no le damos importancia a la plaza y sus estructuras, no es que no nos interese, simplemente, ya estamos demasiado acostumbrados a ella y sus estructuras, por otra parte, los turistas y gente del interior, sacan fotos y se maravillan, prestan atención a cada detalle, miran la Casa Rosada con asombrados y sacan mas fotos; sigo mi camino, sale otro pedazo de sándwich de salame y queso desabrido; veo a la palomas, revoleando entre la gente y por el resto de la plaza, no les llevo el apunte, para mí son plaga, supongo que para ellas, nosotros seremos lo mismo.

Bethlehem sigue en mis oídos, ahora suena “Aphel - Die Schwarze Schlange”, es un hermoso tema, expresa un sensación de melancolía, furia e ira de una manera soportable; la mujer que me gusta me desconcierta, me siento terriblemente solo, mi melancolía sigue, el día también, tan solo estoy por el medio día, todavía me queda una mitad por disfrutar, una mitad por soportar.