martes, 4 de mayo de 2010

LA PARALISIS Y LA CEGUERA


Eran las 13:30 del mediodía; estaba en estación Pueyrredon de la línea B, esperando a que llegara el subte; tenia que ir hasta estación Florida, para encontrarme con un cliente que tenia que entregarme unas cosas. La temperatura en la ciudad circulaba entre los 30°C y 35°C de sensación térmica, la presión en el aire era alta y la humedad sofocante, como si fuera poco en el subterráneo esas cosas se intensifican y mucho más si estas en la línea B, ya que de las seis líneas de subte, es la que mas debajo se encuentra, por lo tanto la sensación sube a unos 40 y el aire se hace pesadamente detestable; maldita época del año, el calor me pone enfermo, no lo soporto, me molesta demasiado.

Llegó el tren, subo junto a unos pocos, en el coche no hay demasiada gente, observo vagamente a mi alrededor y en eso veo a una chica que a simple vista parece tener bellos senos, está sentada al lado de la puerta, me paro junto a la puerta, al lado de ella, la observo bien, apunto a su escote y me doy cuenta que sus senos no tienen nada de extraordinario, de hecho, ya no me gustan. Me quedo parado ahí escuchando mi música y sin prestar atención a mi alrededor; en mi dispersión y molestia por el calor, respiro hondo y exhalo de manera exagerada, levantando la cabeza levemente, es ahí donde veo que en frente mío hay niña en una especie de silla de ruedas electrónica, de color negra, de esas que son especiales y robustas, parece de tener una especie de parálisis que solo le permitía mover los ojos, algunos dedos de las manos y hacer muecas con la boca; es blanca, de cabellera rubia enrulada, con ojos claros que demuestran una inocencia que me hace doler el alma, lleva ropa blanca, con un saco ligero rosa y unos zapatitos negros brillosos; se desocupa un asiento a un costado mío y me siento, de esta manera, la niña queda frente a mi; justo quede al lado de las puertas que comunican los vagones entre sí, la pequeña de la silla me observaba fijamente, en si observa a todo y a todos, trataba de no perderse nada, no podía hacer otra cosa, su condición la obligaba a estar en esa silla y a observarlo todo; sin duda la curiosidad era un pasatiempo obligatorio.

Pasaron unos minutos, mi viaje no era largo, sin embargo no veía la hora de bajarme; en eso, la puerta a mi derecha, que comunica al vagón contiguo, se abre, aparece un hombre ciego de unos 30 años junto a una pequeña que de seguro es su hija; el, de test oscura, pelo corto morocho, con ropa sucia y andrajosa de color gris, lleva en su mano izquierda un vaso de metal con monedas, el cual sacude fervorosamente para que las mismas se oigan, en su mano derecha lleva un bastón blanco y la mano de la pequeña, ella también es de test oscura, pelo negro y largo, lleva un vestido blanco sucio y gastado; el hombre pide que se compadezcan, su condición hace que no pueda conseguir trabajo y se veía obligado a hacer esto para poder darle de comer a su familia, pide disculpas por robar de nuestro tiempo y nos da la bendición de dios, si dios existiese y si cobrase un centavo por cada vez que alguien dice eso, los Rockefeller le servirían la comida y Gates lustraría sus zapatos; en fin, el hombre comienza a avanzar lentamente pidiendo permiso y moviendo su vaso con monedas, da unos pocos pasos y sin preverlo tropieza con la silla de la nena postrada, el pide permiso, la nena lo mira fijamente, pero no puede hacer nada, el no vidente, demostrando estar molesto mueve el palo golpeado la silla robusta y nuevamente pide permiso, pero esta vez con un tono alto, la madre de la nena ve la situación y mueve un poco la silla, la hija del ciego al ver que el obstáculo no puede moverse por voluntad propia, intenta tranquilizarlo agarrándolo de la espalda y lo guía indicándole que valla por el otro costado; la nena sigue mirándolo fijamente, intenta hacer un poco mas de fuerza para seguir observando al hombre, quien se va un poco molesto e inquieto, sacudiendo el bastón y el vaso con monedas efusivamente; observo la situación sin moverme y casi sin respirar; el muchacho sigue su camino lentamente, moviendo el vaso y acercándose para pedir monedas, con su hija que le sostiene la mano y observa a la gente; la nena retoma su posición, sigue mirando todo con asombro, mientras la madre acomoda una prenda en una especie de cajuela que tiene la silla.

El tren sigue su curso, el mundo sigue su curso, la nena sigue contemplando el techo en la silla de ruedas con la parálisis en su cuerpo, el ciego moviendo su taza metálica con monedas y haciéndose espacio entre la oscuridad de sus ojos, en frente mío, un señor un tanto mayor, sentado al costado de la madre de la nena, se seca el sudor en la frente, lleva una camisa blanca, con el cuello libre, un pantalón de vestir viejo de color gris y unas zapatillas deportivas destrozadas, le veo cara conocida, creo que es uno de esos actores dramáticos que brilló en las novelas de fines de los 80 y principios de los 90, se me hace raro verlo ahí de esa manera; a mi derecha, pegada en la ventana, hay una calcomanía que dice “YO VI ZEITGEIZT”, si, yo también la vi, es un excelente película-documental, de esas que te dejan culo para arriba y con un pensamiento en tu cerebro que dice “la puta madre, nos están cagando, nos están consumiendo y no nos interesa”. Si, vi zeitgeizt y también vi el tropiezo de la nena con parálisis en silla de ruedas con el ciego que pedía monedas para poder comer, que asqueroso que suele ser el mundo y que hipócritas que solemos ser todos sus humanos habitantes.

Sin darme cuenta, noto que el viaje se consumió y que la próxima estación es en la que me tengo que bajar; me levanto, me acerco a la puerta, se acerca el actor avejentado y un par de personas mas que no les prestó atención; el calor sigue molestando, me doy vuelta, observo a la nena por ultima vez, me observa, le doy una sonrisa de “todo va a estar bien querida”, ella sigue observándome sin más, doy la vuelta, quedo de cara a la puerta, el tren se detiene, suena la chicharra por el parlante, se abren las puertas, salgo del tren y me dirijo a las escaleras mecánicas de manera tranquila y despacio, la horda enardecida corre desesperada hacia la escalera, como si esta los llevase a un banquete preparado por el mismísimo Baco; sigo mi ritmo estable sin llevarles el apunte, subo las escaleras, salgo al hall de la estación Florida, me dirijo hacia las escaleras fijas que me llevan hasta afuera, las subo lentamente, respiro el aire, que sigue siendo pesado, pero comparado con el del subterráneo, este es como una brisa matinal de otoño; como si fuera poco se siente el aroma al caramelo que hacen los vendedores ambulantes para las garrapiñadas de maní; cierro los ojos, disfruto de la sensación y sonrió; mientras, pienso que todo esta tan vivo alrededor nuestro que no sabemos cómo soportarlo, estamos paralizados de inocencia, somos ciegos de sentimientos; que ganas de tomar un respiro de todo.



2 comentarios:

  1. Así somos todos, paralizados por el miedo o ciegos que no pueden o no quieren ver las cosas. Nos engañamos convenientemente para no ser muy conscientes de esto y tiramos para adelante.

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  2. Curiosa reflexión caballero :)

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